El castillo de Valdés y la memoria absurda

La espléndida residencia de la familia Valdés a las afueras de Mayagüez forma parte del patrimonio arquitectónico desaparecido de la Sultana del Oeste

El desaparecido castillo de Valdés (Fuente: Historia a través del lente)

El antiguo Mayagüez me pesa como su aguacero de todas las tardes. Redescubrí dentro de mí tal pensar desde que David Soto Padín me expresó una idea similar cuando conversamos hace dos meses. En aquel momento, me cuestionó sobre haber percibido en Puerto Rico “una sensación de nostalgia, de una época que hubo mejor aquí”. Coincidí, con intriga. ¿Cómo es posible –reflexioné– extrañar algo que nunca viví? En una loma de Mayagüez se alza un condominio llamado El Castillo, frente a un restaurante llamado El Castillo, entremedio los cuales no existe un castillo. Existió, sin embargo, hace muchos años y fue bautizado como Valdés, por virtud de quien lo construyó y lo alojó. El empresario y político Alfonso Valdés Cobián, tras haber acumulado una fortuna al ser dueño de la Mayagüez Power & Ice Company, la Cervecera de Puerto Rico y los Indios de Mayagüez, entre otros negocios, decidió edificar una magnífica residencia en las lomas a las afueras del centro urbano de la Sultana del Oeste.

Antes y después del portón del castillo de Valdés
(Fuente: Archivo Histórico y Fotográfico de Puerto Rico)

El palacio fue construido con piedra blanca y pristina y reluciente al estilo neoárabe, similar a los castillos Serrallés de Ponce y Mario Mercado en Guayanilla. Arcos apuntados decoraban sus terrazas exteriores y resterías adornaban sus techos con dos garitas en sus esquinas delanteras, cual si fuera fortaleza medieval. Desde sus ventanas se avistaba tanto el pueblo de Mayagüez en la lejanía como las aguas de su bahía en su máximo esplendor, desde la falda de la Cordillera Central en Rincón hasta las costas cálidas de Cabo Rojo. Era llamativo, flagrantemente pastiche y absolutamente maravilloso, y fue completamente demolido para construir un estacionamiento. Cuando la multinacional hotelera estadounidense Hilton Worldwide adquirió el terreno de la familia Valdés a mediados de los años ‘60, arrasó con la propiedad para construir el Mayagüez Hilton International, el cual manejó hasta el fin de milenio y luego vendió a inversionistas boricuas. Hoy, el único vestigio de lo que en algún momento fue el castillo de Valdés consiste de lo que parece haber sido su una vez grandiosa entrada principal, relegada a servir como mísero portón auxiliar en la esquina extrema del parking del ahora Mayagüez Resort and Casino.

La destrozada catedral de Nuestra Señora de la Candelaria, 1918
(Fuente: Archivo Histórico y Fotográfico de Puerto Rico)

La desaparición y el olvido impregnan la historia de Mayagüez. Gran parte de su patrimonio histórico ha sido periódicamente erradicado con el lento pasar de los años. Cuando el “Fuego Grande” del 1841 incineró la entonces Villa de Mayagüez, sobrevivieron solo 40 casas de las 700 que la componían. En 1918, las sacudidas y el posterior tsunami del terremoto de San Fermín eliminaron consigo a gran parte de su casco urbano reconstruido, en aquel momento una perla de la isla. Joyas arquitectónicas como el Gran Teatro El Bizcochón (nombrado así por su pintoresca fachada multicolor), la antigua aduana española y el edificio Degetau, sede original del Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas y actual Recinto Universitario de Mayagüez, sobreviven sólo por medio de las escasas fotografías de la época.

El edificio Degetau del Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas
(Fuente: 
Archivo Histórico y Fotográfico de Puerto Rico)

Más allá de cualquier desastre natural, sin embargo, Mayagüez fue deshecho por aquellos quienes lo habitaron. El parque Suau, antes un pulmón enorme de la ciudad, fue descuartizado por un expreso que rajó al municipio de norte a sur y que borró del mapa a cientos de viviendas, aislando con su paso a las comunidades costeras del núcleo del pueblo. Los tranvías que abrazaban al litoral y que en un momento les conectaron al resto de Mayagüez –el primer sistema ferroviario de Puerto Rico– también fueron desmantelados junto a sus estaciones. De ellos sobreviven sólo sus rieles, atropellados día tras día por los autos que los reemplazaron. Mientras la población se movió a los suburbios y los centros comerciales de la periferia canibalizaron la actividad económica de la zona, el corazón del pueblo quedó reducido a una sombra vacía de su pasado. Si bien en años recientes ha visto un resurgir, propiciado por la juventud estudiantil que desde sus espacios continúan convirtiendo a la Sultana del Oeste en su hogar, mucho de Mayagüez, así como el portón del castillo Valdés, todavía se sostiene solamente por la memoria absurda de lo que en algún momento fue. Al dialogar con una amiga cercana hace algún tiempo atrás, nos topamos con la realidad de que nuestra generación es una forjada por un estado perpetuo de colapso. Somos los hijos de la crisis, arrojados al crisol de un mundo en decadencia, enfrentándonos constantemente a los recuerdos de un pasado próspero y alentados a sobrevivir recogiendo sus restos. ¿Cómo es posible, reitero, extrañar algo que nunca viví? Quizás será porque la nostalgia no es nada más que añoranza, y yo añoro constantemente. Después de todo, es por tal razón que estudio, escribo e investigo al pasado mientras apunto hacia el futuro. Añoro por lo que no viví, porque si bien nunca podré disfrutarlo, por lo menos puedo lograr que otros añoren también.

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